Aunque ya han pasado tres días, os voy a contar la visita que hicimos a nuestros amigos músicos sufíes. Pido disculpas por adelantado, porque el relato es largo para no ser especialmente significativo y además puede resultar difícil para los que no dominan bien el español.
Nos invitó nuestro amigo Janufi, que es músico sufí y toca una flauta llamada ney. Las fabrica a partir de cañas y una vez nos invitó a su taller hace ya varios años. Eduardo es una especie de alumno suyo y llevó su ney en un estuche negro, por si acaso, aunque finalmente no lo tocó.
Se trata de un grupo de músicos que viajan por el mundo dando conciertos y que celebraban su primer aniversario. Pero esto lo supimos cuando ya llevábamos un rato allí porque, al principio, no sabíamos muy bien a qué tipo de celebración o cosa íbamos.
Subimos por una escalera angosta hasta el lugar donde ellos suelen ensayar. Tras quitarnos los zapatos, entramos en una habitación de unos 30 metros, repleta de gente, cuyas paredes tenían colgados tal vez más de cien instrumentos musicales de diferentes lugares y épocas (ver fotos).
Allí había desde un grupo de señoras italianas hasta personajes que parecían sacados de una novela de aventuras del Asia Central. El ambiente era muy cordial y en todo momento fuimos incluidos y tratados amistosamente. Nos sorprendió, ya que supuestamente íbamos a un concierto, que pusieran las mesas y nos invitaran a una çorva (sopa) que luego fue seguida por tavuk -pilav (arroz con pollo) y por último, dulces caseros y te.
Los asistentes hicieron una ronda de testimonios que tenían que ver con su celebración de aniversario. El maestro del grupo, hacía de jefe de ceremonias dando explicaciones y dando una afectuosa bienvenida cada uno de los presentes, repartiendo una buena frecuencia, como hacen luego con los instrumentos al afinarlos, sintonizando unos con otros.
Después nos invitaron a tomar unos papelitos, tres por persona, que luego podíamos cambiar por regalos que estaban numerados sobre una mesa. Así todos recibimos variopintos regalos, desde un bolígrafo a un libro de místicos sufíes en español, pasando por unos calcetines de niña o un rosario de cuentas. Como alguno de los regalos que nos deparó el destino no nos acababa de encajar personalmente, hubo intercambios y donaciones entre los presentes.
Y comenzó la música. Una música dulce e inspiradora. Un mujer de una hermosura misteriosa, vestida de blanco, cantaba desde el lugar central de la sala. Los asistentes, aquí y allá,  acompañaban con sus voces o con algún instrumento. No sabría deciros donde te trasportaban estas notas.
Cantaron músicas de diferentes procedencias. Sorprendentemente y en honor nuestro, cantaron un tema en húngaro (de Magyaristán) y otro en español. Nos dieron unas partituras para que pudiéramos acompañar las canciones.
Para finalizar, compartieron una oración con las manos frente al pecho tendidas hacia lo alto. Nos despedimos y nos volvimos felices y contentos a casa.
Un abrazo.
Alvaro.